
Por: Chaos Lux - Especialista en AuraPura
Cualquiera que trabaje con rescate espiritual lo sabe: el cuerpo lo siente. El campo pesa mucho. La mente se confunde. El corazón se aprieta sin razón. Y por muy fuertes que seamos, llega un momento en que todo grita. Porque caminar entre dos mundos no es fácil. No es sencillo. Es real. Es brutal. Es agotador. Por eso los baños protectores no son un lujo, son una necesidad.
Suelo decir que el baño es la primera armadura del día. Incluso antes del ritual, antes del altar, antes de la vela. Es con él que limpiamos lo que ni siquiera sabemos que hemos recogido. La envidia de quienes nos oyeron hablar, la carga de quienes pidieron nuestra ayuda, la ira de quienes se sintieron molestos por nuestra luz. Todo esto permanece. Todo se pega.
Para los médiums de combate —quienes lidian con exus desequilibrados, espíritus obsesivos y magia densa— el baño debe ser más profundo. Un baño con serpiente de mar, cuy, ruda, sal gruesa y carbón activado. Un baño que no solo limpia, sino que también deshace. Que cierra el cuerpo. Que dice: «Aquí no».
Y no es solo un baño físico. Es un baño de intención. Es sumergirse y decir: «Miguel, sella mi campo. Llévate lo que no es mío. Devuélvemelo». Porque a veces nos perdemos. Y necesitamos regresar. Y el agua, cuando se respeta, retribuye.
Bañarse es un nuevo comienzo. Es un recordatorio de que somos humanos, incluso si somos canales. Es un recordatorio de que un guerrero necesita descansar para seguir luchando. Y que la protección espiritual es un acto de amor propio.